martes, 14 de junio de 2011

Orden Invertido de Gerardo Rosales

Orden Invertido de Gerardo Rosales

Domingo, 12 de junio de 2011
11:00 - 16:00
CarmenAraujo Arte
Calle Rafael Rangel Sur, Ubr. Sorokaima. Hacienda la Trinidad (Los Secaderos). Secadero Nº2. La Trinidad.
Caracas - Venezuela


Gerardo Rosales es uno de los contados artistas venezolanos –y aún más contados en su generación- que han hecho obra sistemática sobre el tema de la sexualidad personal en el entorno social, haciendo uso de las iconografías de la masculinidad para definir el campo conceptual de sus referencias –en ese sentido cabe señalar dos claros antecedentes de Rosales en el arte venezolano: Claudio Perna, particularmente sus pinturas de los años 80, y en general la obra dibujística de Carlos Zerpa, notablemente en cuanto se ha centrado en la manipulación de formas estereotípicas de representación de la masculinidad. Pero la calidad del trabajo de Rosales no depende de su inscripción en estas, u otras, trincheras críticas o históricas.


En un sincero texto, escrito por un oficiante de cosas mudas –como decía el bueno de Poussin- Gerardo Rosales ha hecho clara alusión a las intenciones de su obra como un trabajo sobre la memoria personal de quien ha vivido en carne propia el absurdo rechazo, el episódico manotazo de la violencia de género. Las cosas serían simplemente interesantes si nos quedáramos satisfechos con esa confesión de buenas y cumplidas intenciones intelectuales.


Lo que me interesa en la obra de Rosales es el carácter alusivo –e irónico- que le permite enlazar dos universos totalmente contradictorios, si no opuestos: la parafernalia formal y simbólica de la infancia –los papeles tapiz, la animalia lúdica, los colores pastel, el florilegio, el osito o el patito- con la iconografía homoerótica más específica –el trasvestimiento cromático, la relación adulto/infante, el oso y el “pato” (de nuevo).


Todos sabemos que la homosexualidad es, en Venezuela, un asunto de “patos”. Así lo ha establecido la convención social que, como tal, es homofóbica y regula también los usos del lenguaje cotidiano donde se hace visible, con una crudeza que desearan los sociólogos para la claridad de sus estudios, el peso letal de la ideología. “Patos”, entre otros animales de infortunio, sirven pues para lanzar más o menos sutiles insultos, para disimular la brutal impulsión de rechazo o para manifestar, no sin asco, la represión individual y colectiva, la violencia explícita o soterrada que apenas puede camuflarse en el tono risueño –en este caso malhayado- de la chanza tropical. En fin, el uso frecuente de la palabra “pato”, no precisamente para designar al animal, revela la rotunda intolerancia de una sociedad conducida, mayormente, por prejuicios en lugar de ideas, por impulsos en lugar de proyectos, por erupciones del carácter en lugar de ilusiones constructivas.


Centrando su obra reciente en la figura del pato –manadas de patitos que se acercan con curiosidad trans-parente e irresistible atracción a sus presas fálicas o anales- Gerardo Rosales ha logrado dos acontecimientos exitosos en su obra: por una parte insiste en un gesto discreto de apropiación conceptual –Rosales hace suyos un uso linguístico y una convención estigmatizante de lenguaje con los que se señala a todo un cuerpo social y a partir de esa apropiación genera un repertorio imagístico, una iconografía personal. Se trata de invertir el modo canónico del arte conceptual, saliendo de la clausura linguística y de la tautología, para aventurarse con gracia y elegancia, eficacia política, humor afilado y un magnífico sentido sintético de su figuración post-conceptual hacia territorios más vastos de alegoría y metonimia. El otro acontecimiento, rigurosamente plástico, reside en el acertado manejo de figuras híbridas en las que, con producir magníficos dibujos figurales más que puramente figurativos, junto a grotescas, poderosas miniaturas en ceramica, Rosales logra también colapsar el valor narrativo de sus formas en estructuras y sofisticadas composiciones donde resuena el eco de variadísimas fuentes, acertadamente elaboradas por el artista: desde iconografías primitivas hasta complejas tramas ornamentales que recuerdan a Beardsley, Matisse o David Hockney.


En 1984 Derek Jarman, un artista fundamental para comprender el avatar del cine al fin del siglo XX, y uno de los más densos y arriesgados artistas de sensibilidad homoerótica del fin de la modernidad, llegó a Moscú con toda la extenuación del arte moderno a cuestas. Lo imagino sólo, visitando el estudio de Sergei Einsenstein, otro homosexual genial, y pensando con nostalgia de futuro en la revolución, en un mundo transformable, en el arte viril de los obreros, todo en la clave memoriosa de aquel temprano mes de octubre del siglo XX. Allí dejó escrito un texto, acaso un poema, al que vuelvo con cierta recurrencia cada vez que intento descifrar el destino de mis propios días: “Solución Privada/Sentándome en el estudio de Einsenstein/con una cámara de vídeo portátil/Imaginando Octubre/Un cine de pequeños gestos.”

Yo creo poder decir que la obra de Gerardo Rosales es, también, obra de pequeños gestos, y que en ello se juega, precisamente, la apuesta de su gran significancia.

Luis Pérez-Oramas



Agradecemos a CarmenAraujo Arte por el envío de esta invitación 

No hay comentarios :

Publicar un comentario